EL TORTAZO FILOSÓFICO - ENSAYO: FILOSOFÍA DE LA LOCURA
En una sociedad moderna donde la política es un pilar fundamental, su concepto ha cambiado drásticamente: se ha degradado, vaciado de ética y entregado al materialismo. Dentro de este marco surge el tortazo filosófico, una sacudida de lucidez ante el adormecimiento social que domina el mundo. No obstante, este tortazo no es un gesto arrogante, sino una invitación a despertar la conciencia del individuo.
Partimos de una política que se legitima solo por el crecimiento económico, los índices bursátiles o los balances fiscales, ignorando la miseria social tales prioridades generan y, por ende, abandonando la ética. Como advertía Kant, la política debe doblar la rodilla ante la moral; es decir, si no se subordina a la ética, se convierte en una técnica de dominación. El tortazo filosófico busca restaurar ese eje ético perdido para abrir los ojos y revelar que el pueblo está cosificado, pues no es fin, sino medio.
El tortazo filosófico se entiende como un método de provocación tan válido como la mayéutica socrática o el descaro cínico de Diógenes. Así, se transforma en una vía de salida ante la falta de autonomía intelectual y la dependencia del pensamiento ajeno. Cuando un pueblo deja de hacerse preguntas y acepta sin pensar, se autoengaña; en términos de Camus, se suicida filosóficamente.
Hoy, el Estado moderno es el más frío de todos los monstruos fríos, pues confunde la voluntad de sentido con la voluntad de utilidad. Por eso surge el tortazo: para destruir la máscara moralista del poder, denunciar cómo se domestica el pensamiento y, aunque duela, reinstalar la voluntad de verdad. Porque no hay político virtuoso si no es honesto y sincero con el pueblo.
En una sociedad alienada por la infoxicación de los medios, los discursos prefabricados y la sobrexposición a estímulos, se difuminan las intenciones del poder, porque el ciudadano es un consumidor, y su voto, un bien transaccional. Esto exige una reacción.
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Pensar es gratis, pero obedecer sale caro |
La política sin ética es reflejo de una política útil. Y toda política útil en el mundo contemporánea busca el bienestar de los ciudadanos, por lo que no debería de haber un problema sino una solución en la existencia de una política sin moral, ya que la separación entre ambas ramas es solamente la evolución natural de la forma en que deberían de comportarse los gobernantes capaces.
ResponderEliminar¡Gracias por tu comentario, Arrimadas!
EliminarLa verdad es que abre una discusión relevante en el panorama contemporáneo; no obstante, me preocupa profundamente.
Comprendo que puede parecer que una política sin ética, si es eficaz, podría ser útil para el pueblo. Pero lo que se observa en las democracias actuales es justo lo contrario. Creo que se camufla tras ese supuesto "bienestar" ideas de eficiencia y orden que, en realidad, solo sirven para consolidar un poder desconectado del pueblo. Así, no se gobierna para los ciudadanos, sino sobre ellos.
Por otra parte, la "capacitación" del gobernante no puede reducirse a, simplemente, lograr resultados sin importar cómo. Eso es un ideal maquiavélico. El verdadero gobernante es aquel que conoce a su pueblo, sus necesidades y, por ende, el que lo escucha y comprende. No cabe la posibilidad de un gobierno con un bienestar auténtico si se hace desde la distancia emocional, carente de empatía y sensibilidad por los ciudadanos.
Cierto es que la ética es compleja y discutible. En muchos casos hasta ambigua. Aun así, su eliminación total de un gobierno supone un rechazo, pues se está viendo como un obstáculo, y no algo puramente humano. En definitiva, la política no puede ser, únicamente, cálculo y resultado, una ley universal. Al contrario, debe ser, aunque sea en el fondo, una forma de cuidar, no de dominar.
Por esto, el Tortazo Filosófico no supone una nostalgia moralista ni una surrealista utopía, es, simplemente, una provocación ética que manifiesta que no existe una democracia real si el pueblo, es decir, las personas, es usado como instrumento de poder en lugar de fin. Como bien sentó Immanuel Kant y como aún resuena en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.