LA FALSA MEMORIA - ENSAYO: FILOSOFÍA DE LA LOCURA

Imaginar un sistema educativo perfecto ha sido, para la mayoría, una utopía más que una experiencia tangible. La educación, en lugar de despertar deseo, se ha transformado en una amenaza para una juventud emocionalmente precarizada. Esta angustia no proviene tanto del exceso de exigencia, sino del vacío de sentido que ha sustituido al aprendizaje auténtico.

La exigencia académica es inherente a cualquier proceso formativo; sin embargo, la reacción de los estudiantes no es un rechazo directo, sino una aparente indiferencia nacida de la saturación y el agotamiento. La enseñanza se experimenta como una estructura de rendimiento vacío, sin horizonte vital ni resonancia interior.

El auge de la inteligencia artificial, unido a la lógica superficial de las redes, empuja a los jóvenes a despreciar la memoria en favor de una creatividad espontánea que no todos poseen. Pero sin memoria, no hay compresión profunda; y sin ella, la creatividad no puede desarrollarse plenamente. La memoria no es simple repetición, sino la interiorización del conocimiento que estructura el pensamiento.

Ante el evidente desinterés de gran parte del alumnado, el sistema educativo responde imitando al entretenimiento, intenta seducir más que formar. Esta estrategia, sin embargo, erosiona la seriedad del aprendizaje y banaliza el esfuerzo. El pensamiento no nace de la gratificación inmediata, sino del encuentro frontal con la dificultad y la incomodidad.

Hannah Arendt advirtió que pensar no consiste en simplemente en acumular información o reaccionar con rapidez a un estímulo, sino en retirarse del ruido, soportar el silencio y habitar el desconcierto. Hoy, la educación ha dejado de ser un lugar para ese recogimiento. Ha perdido la pausa que hace posible el pensamiento profundo en su afán de entretener. Aprender es asimilar lo invisible, y la memoria, lejos de ser una carga inútil, es la tierra fértil donde ese pensamiento puede echar raíces.

Recuperar el deseo de saber exige repensar la educación como un espacio de sentido, no como un simple mecanismo de ascenso o éxito. Para ello, la memoria debe ser reconocida como una dimensión activa de la mente, y no como un residuo inútil. El conocimiento no se mide por el brillo superficial, sino por su capacidad de transformación.

Recuerdo, luego pienso y aprendo

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