LA RABIA PIENSA - ENSAYO: FILOSOFÍA DE LA LOCURA
Hoy en día, muchos jóvenes vivimos en tierra de nadie, suspendidos entre la apatía y la furia. Nuestro futuro parece difuminarse bajo el peso de crisis globales y fracturas internas. El discurso hegemónico nos pide calma, adaptación, eficiencia y resiliencia. Pero la rabia que sentimos no es un capricho emocional ni un simple estallido de cólera. Es un grito ontológico, un acto de existencia que se resiste a reducir la vida a lo superficial y lo técnico.
Se tiende a patologizar la rabia, es decir, atribuirle connotaciones de inestabilidad emocional. Querer subyugar la rabia y correr un tupido velo solo contribuye a su desbordamiento. Por ello, es necesario distinguir entre una rabia destructiva y ciega, y una rabia lúcida: un acto que nace de la conciencia de la injusticia y lo intolerable.
La rabia lúcida surge del resentimiento silenciado, del sufrimiento que madura en la sombra. Una vez elaborada, puede ser una afirmación vital en lugar de una negación vacía, pues nace del deseo de promover nuevos valores, una nueva moral que frene la alienación del poder que somete a la juventud. La crítica que propone la rabia es mucho más profunda que una simple cólera, es la lucidez que revela algo que duele, que se niega a morir.
La juventud rebelde no es aquella que arde por arder, ni la que grita por hacer ruido. Es la que escribe, la que crea, la que incomoda. El joven que se cuestiona el absurdo de la vida no es un perdedor, sino alguien que aún espera sentido. En una sociedad donde la indiferencia y la ignorancia son gratuitas, cuestionar es un acto subversivo. La rebelión no es un gesto vago, sino la negación del absurdo.
No todo es reducible a una supuesta objetividad. La ciencia proporciona datos, pero no sentido. Esta razón genera sistemas fríos, que desprecian la vida, el alma, y, con ellas, las emociones. La tristeza, el deseo y la rabia son formas de habitar el mundo. No puede haber un pensamiento vivo sin una grieta o un conflicto.
La rabia no debe ser sometida ni relativizada, sino comprendida, dirigida y escuchada. Una rabia sin rumbo desemboca en una cólera desenfrenada que nos consume; mientras que una rabia consciente puede cambiar el mundo. En tiempos donde se pide tolerar lo intolerable y dar un falso sentido al absurdo, rebelarse no es un capricho, sino un deber ético. Nuestra tarea no es anestesiar la rabia, sino transformarla. Porque si hay rabia, hay vida; y si hay vida, aún hay justicia.
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La rabia consciente es irrefrenable |
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