NO ES TAN GRACIOSO - ENSAYO: FILOSOFÍA DE LA LOCURA

Despertamos en un mundo donde el humor ha sido secuestrado por la violencia. La risa se ha vuelto un arma, y la broma, su disparo silencioso. La gravedad no reside en lo cómico, sino en la intención: reírse de alguien. En un mundo moderno, no se juzga a una persona, se ejecuta su imagen con frialdad y cobardía.

La ejecución se lleva a cabo en los nuevos paredones: los inmensos y privados coliseos de las redes sociales, que brindan al individuo una falsa impunidad. En estos grupos existe libertad para el linchamiento sin contexto. Y la justicia pierde todo vínculo con la verdad. Un simple símbolo insidioso puede destruir más que una acusación directa. El juicio se vuelve espectáculo, y la sentencia se comparte con una risa mimética.

Quienes más señalan, muchas veces huyen de su propio reflejo. La frustración personal busca un blanco fuera para no mirarse dentro, y eso, en el fondo, es profundamente triste. Los sepultureros sociales ríen porque no se permiten llorar por lo suyo. Y no todos los ataques provienen de las esferas del poder, también se hiere desde la mediocridad.

La sociedad aplaude estas actitudes que viralizan el escarnio, y esos aplausos sustentan el ego de los cobardes. Las redes sociales, que presumen de filtros, solo amplifican el dolor. Difamar se convierte en una forma de validarse, y el placer inmediato de hacerlo compite con el ruido que tapa el silencio de no saber quién se es.

En el esperpéntico espectáculo de la difamación, la víctima no tiene voz: es censurada. Su imagen se convierte en etiqueta y su historia en burla. Nadie se detiene a pensar en sus sentimientos, porque la viralidad borra cualquier atisbo de empatía. Hay heridas que no dejan marcas en la piel, pero se reparten con cada carcajada.

Callar estas acciones es ser cómplice, y compartirlas, ser verdugo. Ambos son cobardes. Reírse no reduce la responsabilidad, al contrario: te implica. No se trata de moralismo, sino de dignidad. Es fácil mirar hacia fuera y difícil mirarse dentro. Antes de tachar a otros, deberíamos preguntarnos qué parte de nosotros se ensucia al hacerlo. Porque lo que compartimos no solo muestra al otro, también nos denuda por completo.

La cobardía no grita; ríe

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