¿SOMOS MESAS? - ENSAYOS: FILOSOFÍA DE LA LOCURA
Nunca imaginé que salir una tarde con los amigos sería una actividad que despertaría mi pensamiento. Estábamos hablando sobre nuestras experiencias en el instituto, y uno de mis amigos comentó que un día un profesor dijo la siguiente frase: El ser humano es igual a una mesa. Precisamente, esa frase me pareció válida y, de hecho, respondí argumentando que es tan absurdo pensar que somos mesas como lo es la vida humana. La reacción fue insólita: silencio absoluto y risas incómodas. ¿Por qué nos inquieta tanto el sinsentido?
La cuestión no se halla en descifrar un sentido críptico oculto, sino, más bien, tomarlo en cuenta. El mero intento por dar sentido a la frase es su principal objetivo; la absurdez no se encuentra en el enunciado en sí, sino en lo que provoca, pues no hay por donde cogerlo y, por ende, se genera humor frente a su sinsentido inherente. La necesidad humana de brindar un sentido al universo deriva en un autoengaño, una evasión que conduce a la ignorancia. Este autoengaño, como advirtió Camus, puede acabar en lo que él llamó suicidio filosófico, que es la renuncia a pensar libremente para aferrarse a una falsa verdad reconfortante.
El pensamiento no siempre nos libera; a veces nos aprisiona. Así, esta sentencia no reduce al ser humano a un objeto, sino que su pensamiento —su supuesto rasgo distintivo— puede ser tan ridículo, inútil o desorientado como una mesa. A pesar de la tentación nihilista que aparenta, debe verse como una invitación a la compresión del sinsentido y, al mismo tiempo, una invitación a la rebelión: vivir una vida plena sin autoengaños.
Hoy, despertamos en una sociedad contradictoria, pues cuanto más acceso tenemos a la información, menos pensamiento existe. Esta infoxicación y superficialidad vacían nuestra capacidad de reflexión y nos transforman en objetos pasivos, es decir, en mesas.
Entonces, divagar sobre si somos mesas no es un juego filosófico por el placer de divagar, sino una invitación a cuestionar la existencia como una forma de resistir la cosificación. Si renunciamos al pensamiento existencial, seremos mesas.
Por consiguiente, si vivir sin respuestas nos empuja al absurdo, es necesario hacer uso del humor, más que como una evasión, como una forma lúcida de afrontarlo: una forma de rebeldía. Reírse de la absurdez de la vida es más sensato que intentar racionalizarla.
En conclusión, el intento de brindar sentido a una frase absurda es, en sí mismo, un modo de vivir el absurdo. No hay respuestas definitivas; se puede vivir sin ellas. Aunque sea extraño y nos duela, ser conscientes de que podríamos ser mesas es, justamente, lo que nos salva de serlo.
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Pienso, pero sigo siendo una mesa |
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